Rubén Limas
Es indudable. El sector radicalizado que destinó recursos, tiempo y energía le hizo un gran favor al Gobierno de entregarle en bandeja de plata la mayoría del Parlamento. A pesar del esfuerzo de muchos, del corazón democrático de los que decidimos pelear, hoy, la minoría política es la mayoría parlamentaria. Algo que se cuenta y no se cree.
Sin embargo, a estas alturas de responsabilidades históricas, hay que poner las cosas en su sitio y definir muy bien el fenómeno del pasado domingo 6 de diciembre: la abstención no fue un triunfo del sector radicalizado, que durante meses le hizo campaña a la nada. Tampoco fue el resultado de una truculencia más del gobierno.
La verdad es que la abstención es la hija de una gran decepción nacional por el ejercicio de la política, especialmente la que proviene de la dirigencia tradicional de la oposición. La abstención fue el mensaje claro del pueblo que denota cansancio, hastío y sobre todo desubicación y falta de organización.
La abstención no fue el resultado de la estrategia del G4. La abstención es la exigencia del pueblo de una ruta política clara, diáfana y responsable. No es para menos: han sido más de 20 años de callejones sin fondo; de objetivos traicionados, de discursos tan agresivos como vacíos. El pueblo exige partidos políticos que hagan política.
Hay que decir que el pueblo se siente indefenso ante las tropelías del gobierno. Por mucho que la abstención en una cita parlamentaria es tradicionalmente baja, pesó la sensación de desesperanza de un pueblo herido y de una oposición hegemónica que en vez de defenderla, ayuda a oxigenar al opresor.
Es importante agregar, que el pueblo venezolano nos está dando señales claras de un cambio de estrategia. Un ejemplo claro fue la respuesta de la base del chavismo, que en una parte modesta decidió optar por la opción alterna del PCV-APR , lo que significa también un descontento de su base dura.
Esto configura una clara señal de la base popular: el pueblo quiere una dirigencia orgánica, enfocada en la actividad política realista, clara, con rutas sensatas que permitan una participación popular que no los ubique en situación de sacrificio, ni riesgos innecesarios.
¿Cuán distinta habría sigo nuestra situación si en vez de echar cuentos de sirena, le hubiésemos dicho a los venezolanos que la única vía real y probable es la electoral?
Imaginen ustedes que ese ejército digital que se destinó a llamar a la abstención se hubiera dedicado a incentivar el voto.
No podemos caer en el error de pensar que el ciudadano venezolano es un autómata, acrítico y sin capacidad de análisis. No podemos seguir creyendo (o hacerle creer a la gente) que con una consulta en la aplicación Telegram se va a ir Nicolás Maduro.
Es la hora de la Gran política, de la lucha de los sectores sociales que más sufren. Llegó la hora de la sinceridad política y de hacer valer nuestros derechos, desde nuestras herramientas constitucionales. Desde la Asamblea Nacional, haciendo la Contraloría para la que está diseñada; desde los partidos, guiando a los sectores en su lucha democrática.
Ya debemos dejar atrás la novela pseudopolítica. Ya es hora de que los hegemónicos de siempre entiendan que los venezolanos no son conejillos de indias de marketing político. Que los venezolanos no responden a estímulos manipuladores. Los venezolanos quieren libertad y para eso necesitan una vía clara.
Lamento profundamente que el Gobierno ahora legitime aún más su control sobre el Estado. Lamento que pocos partidos se sumaran a la propuesta de la política electoral. Pero me queda la satisfacción de haber hecho lo correcto ante Dios, la Patria y el pueblo.
La historia nunca muere. Mientras haya pueblo y vanguardia habrá esperanza. Mientras exista injusticia habrá lucha. Por eso no debemos bajar los brazos, ni decaer. Necesitamos hacer de este trago amargo, el impulso necesario para salir a flote y disputarle el poder a los bandidos.
Desde mi convicción cristiana tengo la certeza de que por muy poderoso sea el mal, el bien siempre prevalece. Pero eso solo sucederá mientras los buenos estemos juntos , unidos y con voluntad.
No tengo más palabras que invitarlos a tomar nuevamente la Constitución, la bandera y afinar nuestros principios democráticos y civiles para seguir peleando en el único escenario que vale la pena: el pacífico.