Rubén Limas
La tragedia de Güiria no puede ser una ventana para polítiquería. Tampoco un argumento para discursos rimbombantes de libertad y «resistencia». La tragedia de Güiria, en la que murieron 19 hermanos venezolanos y se estima hay otros 30 desaparecidos es un acontecimiento que enluta a todo el país y no necesita que se ennegrezca aún más con la tinta de la falacia.
Sin embargo, esto no quiere decir que los políticos y los representantes de los poderes públicos, el Estado, la oposición y los partidos no debamos hacer algo urgente y unitario para , no solamente honrar la memoria de estos hermanos, sino detener lo que los empuja a arriesgarse en altamar a la muerte.
No nos mintamos. El responsable pleno y absoluto de este hecho es el gobierno de Maduro, que indudablemente es el causante de la crisis que obligó a las víctimas a echarse a morir en el mar, pero eso no quiere decir que nosotros, los políticos, diputados electos, opositores y ciudadanos en general, no debamos a partir de ahora emprender esfuerzos unitarios para finalmente construir todos una sociedad y un país en el que los venezolanos quieran y puedan estar.
Este país soñado no puede, ni debe parecerse en nada a ningún pasado reciente o lejano. En este país la discordancia política debe subsanarse en el debate y el juego político-electoral. Dónde los que ejercemos la bandera de la representación política tengamos el suficiente respeto por el pueblo, como para que cada acción nuestra esté guiada por la honorabilidad, la transparencia y la razón.
Es irresponsable afirmar que ese nuevo país nacerá en un presente inmediato. Pero sin duda que podemos ir construyendo desde las ruinas de la Patria mancillada, el germen de la nueva política, del nuevo país en dónde quepamos todos, junto a nuestros sueños.
A nuestros hermanos venezolanos que murieron en el mar no los mató solamente el tráfico de gente y su mano desgraciada. Los mató la desidia, la nada; murieron a causa de la ausencia de un país con oportunidades.
Por eso, desde mi minoría necia pero orgullosa y demócrata, estaremos los pocos en la Asamblea Nacional, representando a los débiles, los sin empleo, los que no aparecen en la propaganda oficial, pero que engruesan la mayoría del pueblo. No importa que tan gigantes sean los poderosos y cuan mayoritarios parezcan en sus curules. La verdad está en la calle y tiene muchos más adeptos.
Que sea este luto el germen de una nueva oposición y un nuevo país. Una que realmente se parezca a los anhelos libertarios de un pueblo que se cansó de engaños, de trampas y de lobos vestidos de ovejas. Un país donde el entendimiento y el respeto a la Constitución y la institucionalidad en general sea la regla y no la excepción.
Las víctimas en Trinidad y Tobago, nuestros muertos en ese y tantos naufragios que no conocemos, merecen de nuestra parte algo más que una palabra de condena. Merecen un país nuevo en su memoria y que las generaciones futuras y libres jamás olviden que sus ascendientes vivieron la tragedia de no tener país, pero nunca se rindieron.
Desde luego que no merecen el silencio miserable de su gobierno, ni su descaro. Mucho menos merecen que quienes los «defienden», vivan de teatro en teatro, fingiendo luchas irreales , como la mal llamada consulta, en la que se gastó 10 millones de dólares y hasta hoy no se sabe a ciencia cierta para qué sirvió dicha actividad.
Pero que sea la historia y el tiempo los que condenen a los que deba, a los de aquí abajo, de a pie y lucha no nos queda otra que seguir remando hacia la libertad. Así seamos una minoría en la Asamblea Nacional ahí te estará nuestra voz y voluntad de lucha. Así los partidos se pierdan en la marea politiquera, nosotros seguiremos peleando.
No pasaremos a la posterioridad como los paria sin tierra, al menos no como los que se rindieron antes de reivindicar su suelo. Hay momentos en la historia en la que la acción de los pueblos trasciende de la política y se sitúa en el sagrado deber de devolverle al país su tranquilidad y su desarrollo. Tomemos otra vez la vía de la civilidad, la política y el honor patrio. Que jamás otro venezolano muera en suelo extranjero huyendo del suyo.